Y llega la última parte, la que se parece más a unas vacaciones verdaderas.
La casa cueva era una gozada, con una temperatura casi constante de unos 22 gradines. Afuera podía hacer un calor espantoso, pero dentro se estaba de cine y para dormir, un poquito tapados y todo. Esta casa, es casi toda cueva, aunque tiene alguna parte que no llega a serlo del todo. Sin embargo, estuvimos hace unos años en Las Casas del Tío Tobas, y en la que estuvimos nosotros, era toooodo cueva, para parejas, con una habitación grandísima, un baño con una ducha enorme y un fresquete dentro impresionante, jejeje. Además estábamos arriba del todo, con lo que, aunque nuestros vecinos estuvieran de barbacoa, ni nos enterábamos.
Por la mañana estuvimos cambiando las cosas de una casa a la otra, fuimos al pueblo a comprar algo de comida, hicimos la comida y por la tarde, ya nos encaminamos hacia Hinojares, el pueblo de Odile, dispuesta a mi primera desvirtualización.
El pueblo se encontraba en fiestas y habíamos quedado en la plaza dónde comenzaría una Yinkana. Nada más ver a Odile de lejos, me pareció una niña, y es que su aspecto es super juvenil y tiene una vitalidad y disfrutaba cada cosa como una niña (como tiene que ser). Fue un auténtico alegrón y en seguida, nos invitó a participar en el juego, le indicó a nuestro peque y a nosotros que se apuntara a la Yinkana y que su hijo participó la primera vez con la misma edad que nuestro peque, más o menos. Yo le acompañaría y haría fotos y mi marido ayudaría haciendo de “monitor” porque faltaban algunos que no habían ido y el juego tenía que empezar ya, que todos estaban ilusionadísimos. Así que dejé a mi hijo con calzoncillos (se le olvidó decirme que me llevara un bañador porque se mojaría) y a verles disfrutar a todos. Ay lo que nos pudimos reir.
Después de todos los juegos de esa tarde, estuvimos tomando algo en la plaza con ella y su familia y tras esto, nos invitó a ver su casa y sin más, se puso en un pis pas a hacer cena para todos y nos obsequió con unas sanas y ricas cositas, entre las que me quedé con unas berenjenas, mmmm, desde entonces, las he hecho varias veces como las hizo ella.
Nos recomendó ver el Arroyo de Guazalamanco, el Pantano de La Bolera y Peralta, así que tomamos buena nota y quedamos al día siguiente para comer en ella y su familia en la plaza donde se haría comida popular.
Y como no... nos perdimos, jajaja, y es que por allí las señalizaciones brillan un poco por no ser muy visible. El Pantano de La Bolera lo vimos sin problema y disfrutamos con sus vistas a pesar de que el día estaba muy nublado e incluso llegó a chispear en algún momento.
Nos costó mucho llegar al Arroyo de Guazalamanco, porque la señalización está a partir de un punto de información de Turismo hacia adentro, por una especie de camino forestal, y claro, desde la carretera, esa señalización no se ve, es más bien para los senderistas. Menos mal que paramos y pregunté en el punto de Turismo y allí ya me señalaron.
Había que subir un sendero y terminamos con el peque en la bandolera... ¡¡¡Benditos Portabebés!!! y yo con una bajada de tensión, a causa del calor y de mi olvido del agua en el coche. Menos mal que hay buenas personas en todas partes y como me verían un grupo de murcianos que volvieron sobres sus pasos, nos preguntaron y fueron a buscar una botella de agua fría que me dieron para que me recuperara. Y es que yo quería llegar fuera como fuera para después de tantas vueltas sin encontrar los sitios, nos diera tiempo a llegar a comer.
Me recuperé gracias a ellos y pudimos llegar a la zona del salto construido por el hombre. Tras esto y en la bajada, pude disfrutar muchos más de las vistas.
La pena, pues que se nos hizo tarde y no pude avisar antes a Odile porque en esa zona no hay nada de cobertura. Así que volvimos a la casa, hicimos de comer y por la tarde a descansar un poquito, a
pintar con las acuarelas que me llevé y a pasear todos juntos con nuestro perro (que también se había vivido la aventura de la mañana).
Y así pasó otro día y decidimos ir a la zona de Peralta. Tras preguntar en un coto de pesca, nos indicaron que bajáramos con el coche y tras aparcar bajo del todo, en lugar de ir a la derecha (donde está el coto), fuéramos a la izquierda, ya que había una zona de merendero. Allí quedamos gratamente sorprendidos porque es una zona preciosa de agua, vegetación, fauna y puentecitos cruzando zonas de río por todas partes. Soltamos a nuestro perro, encantado siempre de acompañarnos a sitios como estos, y se puso a correr como un loco, encantadísimo, mientras nuestro peque dejaba ver una gran sonrisa y pasaba a correr con él y a reír y disfrutar. Una zona altamente recomendable para ir con tranquilidad y llevar comida para disfrutar del lugar.
En este paraje disfruté como una niña, del lugar, de ver a mis chicos y a nuestro perro corriendo de un sitio a otro y de la cámara, haciendo fotos a diestro y siniestro, así que no era extraño, que tan embelesada estuviera, que a mí también me "cazaran" con la cámara del móvil.
Aquí también tuvimos nuestros momentos mimosones con nuestro Cucolinet, o nuestro "osito amoroso", como le digo muchas veces:
Para finalizar nuestro viaje, volvimos con Odile por la tarde y disfrutamos un poquito más del ambiente de la fiesta de Hinojares.
Y como colofón de estos días, disfrutamos del atardecer desde el mirador de arriba del todo desde donde pude realizar esta foto:
Aquí terminó nuestras pequeñas vacaciones en Cuevas del Campo y por suerte, tuvimos una vuelta a casa tranquila y sin novedad.