sábado, 30 de octubre de 2010

La necesidad de contacto

Parece que los humanos nos hemos olvidado del instinto; nos dejamos llevar por la razón, por la lógica, por eso que supuestamente nos diferencia del resto de especies, olvidándonos que, de una forma o de otra, somos una especie más, que evolucionó, eso sí, pero como un especímen más en la tierra pasamos por ella de la misma forma: nacemos, nos reproducimos y morimos, básicamente. Por tanto la reproducción se convierte en la parte más importante.

Por este motivo, los seres vivos protejen y permanecen con sus crías hasta que éstas de pueden valer por sí solas y, en la mayoría de los casos, aún así, siguen junto a la madre y acuden rápidamente junto a ella ante cualquier peligro o bien para buscar cobijo para dormir.






Siempre hay excepciones y es el caso de los seres vivos que para perpetuar su especie, han evolucionado teniendo muchísimas crías, tantas que si se quedaran junto a ellas sería imposible atenderlas. En este caso, dejan los huevos depositados en lugares en los que, una vez nacidas las crías, tengan las mejores oportunidades para sobrevivir, aunque por supuesto, vivirán un número pequeño de ellas, pero las suficientes para continuar las generaciones.

De acuerdo que el resto de especies, distintas de la humana, deben cuidarse de depredadores, de machos que quieran eliminar la progenie de otro macho para perpetuar la suya, de que encuentren cobijo y comida, etc. pero nuestros bebés no son distintos del resto de especies, nacen indefensos y necesitan cubrir no sólo sus necesidades de alimento, sino también el resto de ellas y no menos importantes: calor, consuelo, contacto, amor, etc.














Son crías que a pesar de que la evolución les ha dotado de un mayor cerebro, puesto que por algo somos animales racionales, nacen más indefensas si cabe que gran parte del resto, puesto que precisamente su mayor desarrollo craneal, impide que se formen más en el útero materno, naciendo "prematuramente" en comparación con otras especies y pasando mucho más tiempo hasta que pueden valerse por ellas mismas. Sin embargo, la inteligencia que precisamente nos diferencia del resto nos hace pensar que los bebés deben dormir solos y pasar el mayor tiempo posible en su cuna, moisés, cuco o similar, cuando precisamente lo que más necesitan es contacto. El único sentido que los bebés tienen plenamente desarrollado es el tacto, su piel la receptora de sensaciones y necesitan el calor y contacto de su madre y/o padre para, entre otras cosas, regular su temperatura, puesto que recién nacidos son incapaces de hacerlo. Pero la sociedad nos dice que si hacemos precisamente esto, les estamos malcriando y malacostumbrando... ¿A qué?, si el resto de animales cuida de sus crías con tanto cuidado y amor y todas "abandonan el cuidado de mamá" cuando están preparadas, ¿por qué los humanos nos empeñamos en que tienen que ser independientes casi desde que nacen?, ¿qué hay de malo en el contacto y en sentirse queridos y seguros?.

Así, si normalmente tenemos que escuchar durante toda nuestra vida consejos no solicitados y gente que nos prejuzga constantemente en cada época de nuestra vida, ésto se multiplicado casi infinitamente cuando se es madre, por lo que te sientes contantemente juzgada y, en muchos casos, acabas cediendo porque de lo contrario piensas que eres una mala madre y que estás perjudicando a tu bebé, porque "después será peor".
Si partimos de la base de que provenimos de los simios, podríamos fijarnos en cómo tratan a sus crías los grandes simios y si observáramos las enormes similitudes entre los bebés humanos y los bebés gorilas, quedaríamos tremendamente impresionados dados los paralelismos existentes.












No neguemos a nuestros hijos lo que el resto de la naturaleza da a los suyos.

viernes, 29 de octubre de 2010

Soy mamá canguro

A principios del 2010, cuando mi hijo tenía 5 meses descubrí el mundo del porteo y de los portabebés tradicionales y, desde ese momento, me convertí en mamá canguro, y continuaré siéndolo mientras pueda y mi bichito quiera.
Todo comenzó leyendo un libro de Carlos González que me regaló mi marido y que yo le había sugerido. En mi caso, tras muchos problemas con la lactancia materna, la abandomé a los 3 meses muy a mi pesar y tras muchas lágrimas por mi parte. En este libro conocí el término relactación y tras informarme algo más, comentárselo a mi marido y realizar consulta al Dr. González a través de la web de Ser Padres, me puse inmediatamente a ello. El Dr. González me recomendó, cómo no, ponerme en contacto con un grupo de apoyo a la lactancia y mantener mucho contacto piel con piel con mi hijo, para lo cual me recomendaba el uso de un portabebés. Habíamos probado una mochila de Chicco que nos dejó una conocida; mejor dicho, la probó mi marido, pero la experiencia no gustó nada y me dijo que ni se me ocurriera ponérmela, porque en mi caso, además, tengo desviación de columna, por lo que tuve que llevar un corsé ortopédico, dado mi grado de escoliosis. Ahora se sabe que estos aparatos, en grados leves de escoliosis, pueden conllevar más perjuicios que beneficios. Uno de los incovenientes es que se debilita toda la musculatura de la espalda, a no ser que practiques natación, por ejemplo, de forma continuada, pero... en mi caso no era posible, bastante se apretaban mis padres el cinturón.
Tras algunas consultas y visitas por internet realicé pedido de un fular Didymos de sarga cruzada, modelo Jan y aquí comenzó una nueva etapa, no sólo para mi hijo, sino también para nosotros como padres, convirtiéndonos en familia canguro. Y con esto, se inició una nueva forma de ver y entender la crianza.
No conseguí relactar tras tres mes de intento, porque mi hijo no se enganchó de nuevo al pecho, sólo jugueteaba y yo no tenía tiempo material para utilizar lo suficiente el sacaleches a lo largo del día, pero a cambio descubrí los beneficios y ventajas del porteo y la maravillosa sensación de llevar a mi hijo pegadito a mí y al alcance de mis besos.

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